A menudo me pregunto si fue buena idea haber ido a probar los tan famosos hongos alucinógenos. Sin duda fue una experiencia muy interesante, más allá e lo que suele comentarse. Sin embargo, jamás imaginé que las secuelas llegaran a tan aterradores límites.

El viaje suele ser lo menos desagradable del viaje, pero esta vez el clima era insoportable. Para mi desgracia el viaje fue en mayo, que aunque aún es primavera se siente como el peor de los veranos en tierras oaxaqueñas. En las ciudades grandes el calor no es siquiera comparable. El clima es acompañado por una especie de humedad (bochorno lo llaman los locales) aunque a decir de los pobladores, ese año era fresco comparado con el anterior.

Cuando al fin llegué a la ciudad de Huautla de Jiménez nunca imaginé lo que estaba por ocurrir. El júbilo y la emoción de los extranjeros es bastante contagiosa, y los lugareños son tan hospitalarios que inmediatamente me sentí bienvenido. Ese mismo día, al atardecer, comenzaron los rituales. La mayor parte de los visitantes optan por ingerir algún tipo de enervantes (el alcohol y la marihuana son los preferidos) en lugar de los famosísimos hongos. Inmediatamente busqué un chamán para conocer el proceso a seguir.

Pronto encontré a un personaje singular, ataviado con un sarape de colores increíbles: rojos, azules y verdes combinados en diseños asombrosos. El joven, cuyo apellido resultó imposible de pronunciar, pero a quien después llamé simplemente Sr. Tuk, prometió ser mi guía a través de la mejor experiencia espiritual de mi vida, y además cuidaría de mí en el ignoto trayecto por comenzar.

Pronto comenzaron las preguntas. Estaba listo, pues no a cualquiera le es permitido ingerir cierto tipo de hongos, así que contesté de todo: propósitos, creencias, y procedencia. Con la formación y curiosidad científica de un físico, más la firme convicción en la existencia de dimensiones imperceptibles para la mente ordinaria (temas que a veces rayan en la ficción) y una rara creencia en lo sobrenatural y lo oculto, mi interés claramente excedía el de la diversión y la experimentación.

El Sr. Tuk pronto comenzó a charlar conmigo. Después de un rato, la plática se tornó productiva y se me fue revelada la existencia de una clase de hongos, aquellos que al ser mezclados con hierbas ancestrales llevan al hombre a un viaje por el espacio-tiempo, e incluso a establecer "contacto" con seres superiores con conocimientos matemáticos y biológicos muy por encima de los humanos. Me preguntó si sacrificaría mi cordura por dicho conocimiento, tal como la bruja María Sabina lo había hecho. Me tomaron por sorpresa, y sólo alcancé a decir "Tal vez". Primer error. Mi chamán me dijo que me daría toda la noche para pensarlo, y mientras tanto me ofreció un viaje a una especie de grutas antiguas, ocultas a los visitantes e incluso a la mayoría de los lugareños, pues sobre ellas versan leyendas extrañas y hasta cierto punto malignas, pero donde está impresa la más ancestral sabiduría.

Por supuesto que acepté, incluso si se trataba de un fraude, el precio era razonable, y una excursión a la luz de la luna llena siempre es agradable. La curiosidad me invadió y pronto me vi caminando hacia lugares desconocidos para todos, a punto de observar lo que muy pocos han observado, aquellos que está reservado para los que quieren algo más que espiritualidad.

El padre del Sr. Tuk nos acompañó. Por lo que me dijeron, su familia era de las más antiguas de la región, y vieron convertirse a María Sabina en un personaje inolvidable. El anciano vestía ropajes incluso más exóticos que su hijo. No estoy seguro de haber reconocido forma alguna en los diseños, pero sin duda me fascinaron. A pesar de la oscuridad mi curiosidad no menguaba. Me advirtieron de los peligros (uno de ellos, la locura) y aún así acepté. Segundo error. Nunca creí poder vivir una experiencia así y sobrevivir (sin cordura, como me suelen decir todos mis conocidos) sin un rasguño. Cuando hay luz del Sol soy una persona bastante normal, es en los sueños y cuando hay luna llena que la locura me invade, me acecha y me provoca una sensación que penetra en lo más profundo de mi ser, perturbando mi mente  de una forma anti natural.

El anciano comenzó a entonar una extraña clase de mantra. Saqué mi celular y pedí permiso para grabar el audio, a lo que no se negaron. Contacté a cientos de colegas de distintas universidades en el mundo, y ni uno solo tiene idea de lo que el señor decía en su mantra, mucho menos del idioma en que estaba entonado. Da igual, pues era reconfortante. Me alegré de llevar el celular, el mejor medio del que dispone un científico para tomar fotografías, audio, e incluso video si es necesario para su posterior análisis. En la época de Galileo y de Newton, un celular hubiera hecho maravillas.

La transcripción que se logró hacer del cántico era algo así como "ia kte gurk ia rlyeh ftag gotk ur dietka". Éstas personas definitivamente sabían más de lo que aparentaban. Después de un par de oras de caminos sinuosos entre  árboles y pastizales, rodeados de insectos con sonidos infernales y de un millar de tropiezos al fin llegamos. Se sentía un viento helado proveniente de la gruta, que aullaba a la luna llena. Parecía que la caverna se hundía en la tierra, y de ella emanaba un olor a geosmina. El viento parecía provenir de muy adentro de la caverna, pero mi guía comentó que esa caverna no tenía fin. Alguna vez, me comentó, se había adentrado por un par de días sin encontrar salida alguna y con ese silbido aterrador que solo se escuchaba cada vez más fuerte.

Al entrar en las grutas, de inmediato admiré los dibujos en sus paredes. Pregunté si habían considerado llamar al INAH para catalogar las cavernas y estudiarlas mejor, pero de inmediato sentí miradas severas y el Sr. Tuk me dijo que me abstuviera de hacerlo si quería proseguir. Prometí, y juré que aquello nadie lo sabría, y que sólo mi mente guardaría los secretos ocultos hasta la tumba. Después de unos minutos, el anciano mencionó que a mi esposa le hubiera gustado estar conmigo en ese momento, y lamentó su muerte. Quise preguntar como sabía, pero la sorpresa me dejó sin palabras. Parecía que después de todo estas personas no eran ordinarias.

Mi esposa murió, 4 años antes de mi curioso viaje, en un accidente. En ese entonces, se dirigía a un congreso de física muy importante, donde ella divulgaría su más reciente teoría sobre universos paralelos y viajes en el espacio-tiempo. Discutimos semanas antes del congreso, pues no estaba de acuerdo con que comunicara semejante estupidez ante una horda de científicos. Sin embargo, su formalismo matemático era tan elegante que realmente me hacía cuestionarme la verdad. Jamás supe si lo que había preparado era ciencia o misticismo, o si simplemente estaba delirando. A pesar de los años que pasamos juntos a estudiar el origen del universo, deduciendo teorías extravagantes y exóticas sobre lo más profundo del cosmos, jamás cruzamos la línea de lo lógico y lo racional. Prometimos guardar esos irreverentes pensamientos como el secreto de un par de jóvenes amantes. Su súbita muerte me llevó a una depresión sin escapatoria, pero seguí adelante.

Al irnos adentrarnos en la caverna, los dibujos comenzaron a dominar sobre los ¿textos? El más joven de mis acompañantes narraba con fluidez los acontecimientos sucedidos en épocas antiquísimas. Aquellos recuerdos se vislumbraban en mi mente como imágenes efímera que evocaban alguna especie de recuerdos. Comencé a sudar sin control, señal del miedo que experimentaba, un miedo ridículamente ilógico conectado a cosas inexistentes. El mantra del anciano logró calmarme, y parece que solo lo entonó con ese fin. El camino continúo y así lo hizo la extraña narración. Mi mente se aferraba a la razón, y lo seres antiguos dueños del universo intentaban dominarme. Al observar con detalle los dibujos pude vislumbrar algo semejante a ecuaciones: ¡eran las ecuaciones de Maxwell en una pared de miles de años de antigüedad! A su lado, un ser irradiando luz de sus tentáculos parecía moverse en las tinieblas.

La historia de los seres resultaba de los más horrible, pero los dibujos y las ecuaciones me impresionaban: eran Newton, Einstein, Schrödinger y sus ecuaciones al lado de seres ominosos y terribles, librando eternas batallas por la supremacía, o simplemente por la  sed de destrucción. A la vez me sentí maravillado y aterrado. Llegamos a una pared donde el camino se tornaba más estrecho. Éste era el fin del recorrido. Mis acompañantes se postraron detrás de mí, y dijeron que eso lo debía ver solo. Me entregaron la antorcha y avancé una docena de metros hasta la pared. Desmayé debido a lo que vi y fui resucitado minutos después, ya fuera de la cueva. Tembloroso y con un miedo tan intenso como la vida misma, acepté la sesión del día siguiente, donde al fin viajaría para conocer a esos seres.

Para calmar mis nervios, el anciano me ofreció una bebida desagradable, de los más compleja y asquerosa para calmar mis nervios y otorgarme la mejor noche de sueño del mundo. Así lo hizo, pues jamás desperté tan despejado, y desearía jamás haberlo hecho. Dormí sin tener sueños, algo así debe ser la muerte. El recuerdo de aquella pared y sus inscripciones parecía ya tan lejano, que el miedo no podía alcanzarme.

Disfruté el resto del día comiendo y visitando lugares hermosos. Debí haberme ido antes del anochecer. Tercer y último error. Aunque no hay tiempo ya para lamentarse. Debo huir de aquí, no sin antes advertirles lo que vi. Así que lean con atención.

Al irse aproximando la hora de mi sesión, mi corazón comenzó a latir fuertemente. Cuando al fin encontré a mi chamán él ya tenía todo listo: algunos hongos y una infusión mucho más asquerosa que la de la noche anterior. Bebí e hice todo al pie de las instrucciones. Trataré de ser preciso en la descripción, pues a pesar de que poseo una memoria envidiable, mi cerebro bloqueó algunos de los pasajes, y otros los ajustó para que parecieran menos grotescos y más reales. El anciano nos acompañó, y comenzó a entonar el mantra. Comencé a sentir que mi cuerpo no respondí, y que la risa no se contenía. Las palabras se tornaban cada vez más distantes, como si me alejara de ese lugar. Pronto regresé a esa cueva maldita, rodeado de al menos media docena de ancianos, todos entonando el mismo mantra. A lo lejos, se escuchba alguna especie de eco, sólo que distorsionaba la voz humana en algún tipo de sonido gutural. los ancianos tallaban con fuerza la pared, parecían desesperados por escribir, por librarse de lo que sabían.

El sonido que alguna vez pareció un eco se focalizó en un punto más adentro de la cueva, fuera del alcance de la luz de las antorchas. entonces era cuando los ancianos se dirigían hacia ese lugar, poseídos por alguna fuerza sobrehumana, y con una expresión que sólo aquél que está a punto de morir conoce. Conforme se adentraban en la negrura las voces humanas disminuían, dejando el cántico más odioso y temible que jamás he escuchado. De pronto una criatura antropomorfa de rasgos reptilezcos surgió de aquella oscuridad sólo para asegurarse que no quedaba nadie con vida. Sentí que me miró, y con una expresión burlona gimió para regresar a su guarida.

Mi mente entró a un remolino en aquél vacío, y logré salir de esa caverna. El tiempo parecía ser otro, un tiempo antiguo mucho antes de que los humanos pisaran este mundo. Había animales que desconocían el peligro de esas cuevas, y una vez más esa criatura emergió de la oscuridad. Las bestias huían despavoridas y otras criaturas semejantes a la primera aparecieron, moviéndose como en una especie de danza burda, emanando sonidos que parecían aquél cántico que alguna vez me pareció confortante. Aquellas criaturas cultivaron entonces las semillas de frutos prohibidos para que sus sucesores puedan encontrarse con los primigenios nuevamente. El paso de los eones no afectó a semejantes frutos infernales, que aún en nuestros días han tomado distintas formas para llegar a las mentes de los humanos.

Una de las criaturas, evocó entonces un pasaje interdimensional y me llevaron con ellas. Sentí que mi espíritu se agitaba y reacomodaba para viajar a la velocidad de la luz. Pronto salimos de la Tierra, viajamos por el sistema solar hasta llegar a Plutón, o como ellos lo llamaron: Yuggoth. Paseamos entre las ruinas de una magnífica civilizacíon debajo de las capas heladas del planeta y recorrimos templos arcanos con criaturas monstruosas cuya presencia se limita a las tinieblas y los rincones de este y otros universos.

Me llevaron a galaxias tan remotas como es posible, en cuyos centros habitan seres aún más terribles. En otros universos, hay criaturas sin forma alguna pero de algún modo superiores, cuya existencia parece imposible. Algunos seres como los de los dibujos invocaron a seres supremos despertando su ira y trayendo destrucción. Existen entre ellos algunos que no deben ser nombrados, y cuyo recuerdo provoca miedos infinitos y vacía la mente de cordura. Los seres menos grotescos parecían ser más inteligentes, escribiendo por aquí y por allá las leyes más exactas y precisas del universo, dándoles control absoluto del espacio y del tiempo. Ningún humano podrá jamás vislumbrar siquiera por más visionaria o absurda que sea su imaginación leyes como estas. Algunas de estas criaturas se dirigieron hacia mi y me observaron por un largo rato, gimieron y rugieron y me llevaron de regreso a donde pertenecía.

Comencé a escuchar nuevamente la voz del anciano, que cada vez era más fuerte, pero también más agitada y exaltada. Comenzó a implorar piedad a este y más dioses, a la vez que su voz se convertía en un grito desgarrador. Parece que no regresé sólo. Cuando recobré la conciencia, el anciano me gritaba y me maldecía. Exigió que me retirara de inmediato con un río de lágrimas brotando de sus ojos. Así lo hice, y sólo alcance a ver un cuerpo ensangrentado, parcialmente devorado en el suelo. Sus ropajes evidenciaban que era él, ni más ni menos, devorado en parte por aquella criatura que me trajo de regreso. Antes de que lograra salir de ahí, el anciano me gritó que lo visto en esa pared me acecharía por siempre, y lanzó una maldición sobre mí.

Comencé a recordar, y pronto el miedo se apoderó de mi. Sólo esperaba llegar a casa, y olvidar todo lo sucedido, como si fuese un mal sueño. Pero la pared no tenía un mensaje maldito, ni siquiera desagradable. Al llegar a casa, la cordura me abandonó por completo regresando a mi solo cuando el Sol alumbra mi ventana y da señal de que un nuevo día ha llegado. Abrí la puerta y ahí estaba, el cuaderno de notas de mi esposa. El cuaderno que tanto temí abrir estaba allí ante mí, recordándome lo visto en aquella pared. Porque lo escrito en aquella pared era una copia fiel y exacta no sólo en contenido, sino también escrita por el mismo puño.