Invasión I

Era un día de verano como cualquier otro. La Facultad comenzaba a vaciarse poco a poco conforme anochecía.

-A nadie le gusta venir en la tarde, esta mejor así - me dije mientras veía como el número de estudiantes disminuía considerablemente con el paso del tiempo. La tarde se tornaba fresca y el viento soplaba como suele hacerlo en Ciudad Universitaria.

Aún faltaba Álgebra Lineal, y como Chibi insistió nos quedaríamos por esta vez. La abracé mientras una corriente de viento, de esas que dan escalofríos, sopló. Caminamos abrazados hacia el piso de abajo. 

-Nomás es una hora y nos da tanta hueva - le dije a Chibi mientras nos reíamos de nuestra pereza. Todo se veía normal. Excepto tal vez por esa manada de gente corriendo hacia la entrada Poniente y el caminito de las bicis.

-Mira a esos pinches locos- me dijo Chibi con una expresión de confusión, mientras me sacudía el hombro para que volteara. 
Es una imagen que tengo bien fija en la mente. Esa expresión de confusión tenía cierto nivel de temor impregnado. Volteé, y rápidamente la tomé de la mano y la jalé para que corriera conmigo. Es probable que eso solo la asustara más, pero no me importó. La gente corría con temor, y casi llegando al semáforo se podía ver gente siendo capturada.

Corrí con desesperación sin intentar descifrar lo que Chibi decía. Creo que fue algo como "¿Y ahora tú? ¿Qué te pasa? ¡Me lastimas!", pero el sonido de los gritos de la manada me impedía escuchar con claridad. Fui presa del temor y de mi instinto de supervivencia. Corrí para dejar atrás a esas ¿máquinas? ¿Alienígenas? Era difícil saberlo pues solo se veían lo que parecía ser tentáculos y patas metálicas como agujas. Chibi comenzaba a cansarse, y pensé que lo mejor sería ocultarnos, pues tarde o temprano ambos nos quedaríamos sin fuerzas para seguir huyendo. 
-Puta madre, así que para esto eran las clases de Educación Física- pensé mientras intentaba recordar un buen lugar donde esconderse.

Chibi pedía a gritos que le explicara que sucedía, pero era difícil hacerlo entre tanta gente. Las escaleras se veían peligrosas con tanta gente empujándose para bajar, pero ni modos. No hay otra salida. Además, solo era un piso y nuestro escondite perfecto estaba justo debajo.

-¿A dónde me llevas?- fue lo último que escuché de Chibi antes de jalarla nuevamente. Enfrente de los Laboratorios de Mecánica se veían sillas y basura acumuladas, justo debajo del camino del piso de arriba. La piedra volcánica con sus formas caprichosas era el escondite ideal, además, mi lógica me decía que aquellas criaturas seguirían persiguiendo a la bola...

Después de unos 10, o tal vez 15 minutos parecía que no quedaba más gente dentro de la Facultad (al menos no gente viva) pero el ruido del metal contra el concreto se oía cada vez más cerca. La estúpida curiosidad me tentaba a asomarme para ver de cerca a esas cosas, pero Chibi frustraba mis intentos en cada ocasión. 
- El bebé patea mucho- me dijo con el afán de distraerme, pero aún así puse mi mano sobre su vientre, me agaché y le di un beso al tiempo que le decía "Ya bebé, todo estará bien, ningún puto alienígena te va a llevar..." 

Escuchamos como pasaban sobre nosotros, ya había oscurecido casi por completo y el clima de la época hacía que tembláramos, aunque es más probable que fuera el miedo. Pudimos ver a uno de ellos mientras se metía al edificio de Física. Parecían tener una especie de lámpara-escáner que iluminaba los pasillos mientras el ruido de sus patas nos indicaba que estaba buscando algo. Pensamos en huir, pues las criaturas infernales parecían moverse con lentitud, y en ninguna ocasión las vimos saltar de un piso a otro, trepar paredes, volar o ninguna de esas hazañas que las formas de vida extraterrestre suelen hacer en las películas.

Era como aquellas series, V o Falling Skies. Me preguntaba si los aliens estarían en otras partes del mundo. Queríamos saber si nuestros padres se encontraban vivos, si sabían de la invasión, pero en la puta Facultad nunca hay señal. A estas alturas era probable que las comunicaciones se vieran interrumpidas, pero preferimos seguir pensando que era culpa de Telcel. Al fin nos decidimos a salir, lo más gatunamente posible, cogimos algunas piedras, tubos y palos de sillas deshechas, -Algo es algo- pensé. 

Chibi decidió ponerse hoy esos zapatitos que hacen ruido cuando camina. Me quité los tenis e insistí en que se los pusiera, pues no podíamos arriesgarnos a ver si esas cosas tenían algo similar a nuestro sentido del oído. El pasto y las piedras me picaban los pies, pero traté de no mostrar dolor ante Chibi. Caminamos un par de metros y solté uno de los tubos, esa estúpida torpeza que me caracteriza podía costarnos la vida. Sin pensarlo le grité "¡Corre! ¡Corre maldita sea!" y la empujé antes de coger nuevamente el tubo. Una de las pocas criaturas que la hacían de centinelas en la Facultad debió haber escuchado la conmoción y la vimos acercarse. La luz-escáner nos envolvió y sin pensarlo lancé una piedra-misil en su dirección. Se oyó un golpe seco, como si su cuerpo fuera de tierra, pero la distracción nos dio tiempo de emprender la huida nuevamente.

Los pocos faroles parecían seguir funcionando, y el siempre solitario camino hacia el Metro mostraba señales de destrucción: las vallas de los institutos derrumbadas, los árboles caídos, los pocos coches que quedaban completamente destrozados, además de zapatos, suéteres, mochilas, gorras y demás prendas/accesorios por doquier. 
- A pesar de todo, la gente no es ta materialista - le dije a Chibi al tiempo que solté un gran "Jaja" con intención de aliviar el estrés. 

¿Y ahora? Seguramente el Metro no funcionaría, ya no habría micros ni autobuses en los paraderos, ¡ni siquiera un taxi seguro! La desolación daba miedo, pero insistí en caminar hacia el norte. Conforme avanzábamos el paisaje se veía menos aterrador, lo que de alguna forma nos dio fuerza para seguir.

-A ver si no nos asaltan- me dijo Chibi cuando vimos un grupo pequeño de gente junto a un poste de luz.

La verdad es que yo también lo pensé, pero no había de otra, era seguir adelante o regresar a enfrentarnos con las cosas malignas esas. 

-Disculpen, ¿saben qué carajo pasa aquí?- le dije al grupo de gente.
 Nos acercamos a más ellos solo para enterarnos que habían armado una sesión de rezos y alabanzas apocalípticas. Todos querían salvar sus almas, y nadie se molestó en contestarme. Chibi apretó mi mano, y no caminamos más de 5 metros cuando ese ruido, ese maldito ruido que traía la destrucción se volvió a escuchar. Aún se escuchaba lejos, pero parecía que los aliens al fin habían acabado con todos en CU y se movían para hacer lo mismo en todos lados.

-¿Sabes que te amo, verdad? - murmuré. 
Chibi solo apretó más mi mano, y volteó. Una clara señal de que las lágrimas comenzaban a fluir. Apreté también su mano y emprendimos el camino hacia el norte. A este ritmo deberíamos llegar a Zapata en unas 2 o 3 horas, pero mis pies comenzaban a alentarme. Chibi lo notó y me dijo - Toma tus tenis, al fin que prefiero que corras conmigo-. Me los volví a poner pero las heridas ya estaban ahí. Sonreí con amabilidad, a pesar de que el ruido se intensificaba y el dolor no cedía. -¿Quieres oír metal? Ya sabes, pa' relajarte- fue lo último que alcancé a decir antes de desmayarme.

Me despertó una gota, una gota que sabía salada, una lágrima seguramente. Seguíamos en el mismo lugar, y Chibi lloraba angustiada.
.¡No me espantes así!- me gritó, y me soltó una cachetada. La primera.

El ruido se oía muchísimo más cerca que antes, intenté incorporarme pero los pies no me dejaron. Le dije a Chibi que se volviera a poner los tenis, y con cara de disgusto lo hizo. El final era inevitable, el ruido siguió incrementándose y parecía que no era solo uno, sino varios de esos seres raros. Le dije a Chibi que corriera pero se negó. Cogimos algunos tubos y no nos quedaba de otra, teníamos que enfrentar a esas cosas. Todo pasó muy rápido. Antes de que nos diéramos cuenta estaban frente a nosotros. Eran 3. Me paré frente a ella pero rápidamente fuimos rodeados. Solo sentí como los tentáculos me lanzaron por el aire. Tomé algunas piedras de mis bolsillos, las lancé hacia el grupo para distraerlos, y lo conseguí. Vinieron hacia mi, y lo último que alcancé a decir fue "¡Corre! ¡Y cuida al bebé!"...

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